¿Qué prácticas de gestión deben adoptar nuestras asociaciones sin fines de lucro: el modo «familiar» o el modo «empresarial»?

Por Nathalie Le Coutour (ACOTIP, SFT, ANTIO)

 

Por un lado, algunas empresas de traducción adoptan prácticas típicas del modelo asociativo (responsabilidad social empresarial, gobernanza democrática, objetivos sociales o comunitarios) mientras que, por el otro, nuestras asociaciones sin fines de lucro se acercan al modelo de gestión empresarial (presupuesto, cuestiones tributarias, división de tareas). Las empresas-asociaciones y asociaciones-empresas actúan como camaleones en un entorno complejo donde todo parece fusionarse, entre el rendimiento económico y la utilidad social.

Las empresas recurren desde hace mucho al lenguaje predilecto de las asociaciones para sugerir que ellas también son «grandes familias». Las asociaciones adoptan cada vez más la idea de aprovechar las prácticas de gestión empresarial para mantener su «eficacia presupuestaria», fidelizar a sus «miembros-clientes» y promover un sector que ya se ha convertido en una «industria de productos y servicios».

Si bien es cierto que estas dos personas jurídicas presentan similitudes, existen diferencias significativas que las separan, sobre todo en cuanto a objetivos, estatutos y métodos operativos. Principalmente, la colegialidad y el enfoque sin fines de lucro de las asociaciones. El principio democrático que es la base de toda asociación profesional, así como el compromiso voluntario de sus miembros ―que se suman a una auténtica comunidad de valores, donan su tiempo y unen sus habilidades, competencias y contactos― no les restan complejidad. Ello es precisamente lo que hace que una asociación sea humanamente rica. A la gestión, al desarrollo y a los resultados esperados se suma una fuerza en acción, que encarna los valores éticos y humanos que sustentan todo el proyecto asociativo.

Esta energeia —que se construye mediante el voluntariado, la confianza, la ayuda mutua y la cooperación regional e interinstitucional— consolida valores a los que no cuesta nada adherirse en principio. Incumbe tanto a nuestras juntas directivas como a nuestros miembros promoverlos mediante estrategias de compromiso que potencien el alma distintiva de nuestras asociaciones: el espíritu asociativo.

Dicho esto, la mera consideración de la dimensión humana, que constituye la esencia misma de la figura asociativa —con todo lo que puede conllevar si además incluye lazos fraternos y amistosos— no está exenta de riesgos. Ante los nuevos retos de nuestros tiempos, es vital implementar principios básicos de gestión empresarial para adaptarlos a nuestros valores y a nuestra misión.

Si bien es cierto que el éxito de nuestras asociaciones no se mide en términos de ganancias, sino más bien de su impacto positivo en la sociedad en general y en la comunidad en particular, nuestras asociaciones necesitan recursos financieros para promover sus causas, personas competentes y comprometidas, visibilidad para movilizar a sus entes de apoyo y transparencia financiera y operativa.

Llevar el espíritu asociativo al más alto nivel mediante una gestión eficaz y adecuada, capaz de alcanzar los objetivos establecidos de forma sostenible y desinteresada es un delicado juego de equilibrio en el que todos tenemos un papel que desempeñar.


Créditos de la imagen: Laura Otýpková, República Checa (acuarela)

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